Qué grata era la bienvenida que le ofrecía su hogar si bien el pasaje del frío helado del exterior al calor generado por la estufa de la planta baja siempre resultaba un poco incómodo. Depositó su bolso en la silla del comedor, desenvolvió la bufanda de su cuello, continuó sacandose el tapado negro. Desde hacía varias cuadras su estómago clamaba por un poco de comida, estaba harta de escucharlo gruñir y fue así hasta que sus dientes comenzaron a masticar. Simple, dos empenadas, ni diez minutos.
Miró el reloj. 2.30 p.m. Hizo cuentas y se dio cuenta que contaba con tiempo más que suficiente para descansar antes de volver a poner un pie fuera de casa. Subió las escaleras hasta su habitación y cambió la ropa que llevaba puesta por un pijama. Sonrió con una satisfacción cada vez más grande.
Entró en la cama. Las sábanas y frasadas a juego abrazaban su cuerpo, y el acolchado mantenía todo el calor. El único sonido proveniente de afuera era la melodía que tocaba el viento al mover las ramas de los árboles con violencia, y sin esperar más, se sumió en el más profundo de los sueños, reviviendo una vez más, uno de los mayores placeres del invierno.
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