El tiempo nunca influye en el sentimiento

martes, 12 de abril de 2011

Un orgasmo en el paladar


Cuando le conté a un par de personas sobre qué sería esta entrada, todas me hicieron la misma pregunta: “¿Del dulce de leche?”. Sí damas y caballeros que no tienen nada mejor que hacer que leer esto, del dulce de leche.
Todo se remonta a la tarde de ayer, en la que nos quedamos sin galletitas para la merienda y lo único que quedaba para ingerir eran unas asquerosas galletas de miel y no sé que más (verán, mi mamá es amante de las cosas orgánicas y naturales, de manera que siempre anda comprando esa clase de cosas). Por ende, cómo engañar a mi estómago era el gran desafío. Y la respuesta vino envasada: dulce de leche.
Todos conocemos sus propiedades milagrosas: no importa que el pan sea más duro que el adamantium de wolverine, las tostadas sean más gomosas que los yummy, o que las galletas estén echas de lo que parece fibra de papel, el dulce de leche siempre va a anular las demás cualidades: tus papilas gustativas van a dedicarse pura y exclusivamente a saborearlo, olvidándose que quizá estemos comiendo un pedazo de cuero. Y sé que a muchos no les gusta por distintas razones (de pequeños se bajaron un tarro entero y desde entonces les dan arcadas, por ejemplo) pero nadie puede decir que es HORRIBLE, porque eso sería sacrilegio (¿?)
¿Y qué sería del bizcochuelo, sin su relleno de dulce de leche? ¿Qué sería de los alfajores y triangulitos de chocolate havanna que tanto adoro, sin su relleno de dulce de leche? ¿Qué sería de los caramelos butter-toffe sin el sabor del dulce de leche? ¿Si los milkshakes no fueran de dulce de leche, pediría alguno? O lo que es más triste, ¿Qué significaría tomar helado, si no es de dulce de leche? Yo solo creo que lo necesito en mi vida para satisfacer los antojos de cosas dulces: es simplemente perfecto para esa necesidad. 

Atte. the fatty dancing queen

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