El tiempo nunca influye en el sentimiento

viernes, 6 de abril de 2012

Y una vez más, la tormenta de ayer demuestra que no importa cúan resistente sea la muralla que levante el hombre, si la madre naturaleza quiere se pudre todo.

Sentí que estaba en una escena apocalíptica, de esas que abundan en las películas de hoy. De esa noche nos vamos a acordar mucho tiempo, puede que para siempre si es la peor que llegamos a vivir. 
Yo estaba en la casa de gonza, y sobre el sonido de la guitarra nos llegaban a través de ventanas y paredes el ruido de truenos o relámpagos -honestamente nunca me molesté en saber la diferencia-. Parecía la típica tormentita pero no, ya estabamos a oscuras. Celulares en mano salimos a la calle y vimos bajo la lluvia que jodía la visión el grado de destrucción que había alcanzado para entonces. Monstruoso. Nunca ví algo parecido. Hacia la derecha vimos una pelopincho que aterrizó en la vereda, enfrente medio en diagonal un techo de chapa que cayó arriba de un auto, a la izquierda la baranda de madera del vecino colgaba libremente.. Cables desparramados por la calle, ramas o árboles enteros quizás cubrían buena porción del asfalto. 
Mi casa quedó intacta, que raro que la maceta que se da vuelta hasta cuando la soplás resistió. Pero en la seguridad del hogar, me vino una imagen a la cabeza. Me acordé de ese pobre tipo que se refugia en el laverap que cerró en emilio castro y guaminí. ¿Donde estará? ¿Qué harán las personas que viven como él, bajo un techito de dos metros? Y rezé. Pero no un ave maría, ni un padre nuestro ni nada por el estilo -me parece que esas palabras estan perdiendo efecto-, fue raro. Me dieron ganas de ir corriendo y abrirle las puertas de mi casa, y puede que terminaría mal algo así pero en ese momento sentí que hubiera sido lo correcto. Siempre que paso por al lado del tipo me planteo esa idea loca, en la que todos "adoptamos" a un vagabundo y de pronto me imagino viviendo con una persona de la cual no sé nada. Flashero.

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