Voy a ser sincera, sin rodeos: cuando empecé a escribir esta entrada, mi intención no era otra que llenar de blasfemias al nuevo profesor de catequesis. Sé que no tenemos que basarnos en la primera impresión, pero por los 35 minutos que pasamos juntos me parece le atinó a todas las características que no me gustan en los profesores. Según mi incierta opinión, entra en la clase de los “impostores”, de esos que se quieren hacer los simpáticos (y no les sale) pero no quieren verse como los estrictos, rígidos y aburridos (cosa que les sale de maravilla pues es parte de su naturaleza). En verdad, no sé qué me sorprendió más de este catequista de 40 pirulos (no soy buena para decir la edad ciertamente u.u); ¿el que nos insistiera tanto con escribir su apellido con doble te o que en caso contrario, nos dejara en estado vegetativo en una silla de ruedas según su amenaza? Está bien, claramente era una broma, pero siendo profesor de una materia tan especial como es catequesis, no podes hacer un chiste de tan mal gusto. O al menos ese es mi parecer.
Corriendo el foco a lo que es realmente importante, como decía al principio, mi intención no era otra que criticar a este individuo que será nuestro nuevo profesor en la materia. Pero, mientras lo hacía, me vino la imagen de ciertos monos que están en un mueble de la cocina. Y me di cuenta que lo único que estaba haciendo era tipear de más. Por eso, el objetivo anterior de esta entrada es anulado, y el nuevo es, hablar sobre los simios que se tapan orejas, boca y ojos.
Según lo reza la sagrada wikipedia, que todos bien sabemos su contenido es incuestionable, los nombres de los tres monos sabios son Mizaru, Kikazaru e Iwazaru, que significan «no ver, no oír, no decir» y tradicionalmente se ha entendido como «no ver el mal, no oír el mal y no decir el mal». También se conoce una leyenda acerca de la labor asignada a estos monos por los dioses, pero no es necesaria transcribirla. Así mismo, hay muchas interpretaciones acerca del san saru; cada uno sea libre de encontrar la propia.
La mía es muy simple. El “mal” puede adoptar muchas formas, y en la misma línea de lo que venía hablando en el primer párrafo, el “mal” al que aludo es el comúnmente conocido chismerío. No soy partidaria de tirarle mierda a la gente en sentido figurado, no le encuentro sentido al criticar la vida de otra persona, no entiendo que satisfacción se puede descubrir en bombardear por espalda. Pero ¿quién no lo hizo alguna vez? Somos humanos, solemos hacer cosas horrendas con su debido consentimiento y posteriores consecuencias.
Creo que normalmente uno cree desquitarse, pero en realidad no hace otra cosa que llenar su alma de sentimientos negativos. Al menos tengo el consuelo de saber que siempre que abrí la bocota para acotar un comentario dañino contra alguien no fue más que de pura bronca de momento y nunca con verdaderos ánimos de desearle alguna clase de mal. Todos seamos very happy
Aaaaj da para hablar el tema pero ya me aburrí. Por eso voy a saltar directamente a la conclusión a la que llegué luego de cavilar un ratín: hablé de más muchas veces. Y sin ser adivina sé que lo voy a seguir haciendo. Por eso voy a acordarme más seguido de los tres monitos violetas que están en la cocina mirándome siempre que como.
Genia total mili ese profee dios jaja muy buena l conclucion de los monitos
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Buenísimo jaja pero yo no soy tan buena como vos, y ese profesor me pareciò un estúpido D: lo peor es que nos hizo los mismos chistes xd doble TT!!
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