No, no te quejes. Te lo advertí desde el primer día en que nos conocimos, el primer día en que las primeras palabras fueron publicadas en la primer entrada; te iba a abandonar, tarde o temprano. Casi un mes desde la última vez en que mis dedos loguearon. Y aunque un mes no sea suficiente tiempo para decir que te abandoné rotundamente, probablemente si fueras un amigo en carne y hueso te vendrías a mi casa una tarde a tomar un mate (yo un té) y comer biscochitos, mientras hablamos de lo que pasó en esos días que no nos encontramos. No, no te ilusiones. Estas oraciones no significan mi retorno inminente. Sólo me di cuenta que en este tiempito, menos de un mes, me faltaba algo. Me faltaba el espacio que había creado para hablar de lo que se me antojara, desde la mar de boludeces hasta las cosas "serias", el espacio en el que escribí bajo el imperio de la emoción, en contra del decálogo del buen cuentista de Quiroga, el espacio donde le canté a la vida y amilané a la muerte; me faltabas, punto. No me había dado cuenta de lo útil que eras.
Sin resentimientos, ¿verdad, pequeño druguito?
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